miércoles, 23 de marzo de 2011

ADOLF HITLER

 

    El Tercer Reich colapsó en la primavera de 1945. Pocos supieron lo que pasaba realmente tras su fachada. La dictadura operó en secreto. Hitler es el último de los grandes conquistadores en la tradición de Alejandro, César o Napoleón. Y el Tercer Reich, el último de los imperios. En el 28 de enero de 1933 se destituyó al anciano presidente mariscal Von Hindenburg. Hitler, jefe del nacionalsocialismo, el partido político más numeroso de Alemania, pedía la cancillería de la República Democrática que había prometido destruir. Quería abolir el régimen democrático. El Presidente tenía 86 años y aunque se oponía, flaqueó y el 30 de enero nombró canciller a Hitler. Éste ya se hacía acompañar por Goebbels, Roehm y Goering. Hitler había sido un vagabundo que caminaba en Viena, un soldado anónimo de la Primera Guerra mundial, fascinante orador y austríaco. Tenía 43 años cuando lo nombraron, se emocionó. Con ese episodio cambió la historia de la humanidad. Su nombramiento se celebró en las calles con marchas. ¿Supo Hindenburg lo que había echado a andar? Hitler saludaba y sonreía emocionado. Goebbels escribió: la revolución alemana ha comenzado.
Su reino duró 12 años y 4 meses. Causó una erupción violenta y destructora, desolación, calculada carnicería de vidas y espíritu humano. Sobrepasó todas las salvajes opresiones de las eras anteriores. Hitler fundó el Tercer Reich. Lo gobernó despiadadamente, con astucia poco común. Lo condujo a las vertiginosas alturas y a un espantoso fin. Tenía personalidad demoníaca, voluntad de granito, misteriosas intuiciones, fría crueldad, notable inteligencia y alta imaginación. Al final se encontraba borracho de poder y de triunfos. A algunos alemanes y extranjeros les pareció un charlatán. Luego tomó aura de jefe carismático, lo siguieron ciegamente como si poseyese el juicio divino.
    Nació a las 6:30 de la tarde del 20 de abril de 1889 en una modesta posada en Braunau, Austria, en la frontera austro-germana. Hitler tenía una media hermana, Angela, que tenía una hija: Geli Raubal, el verdadero amor de Hitler. También tenía un medio hermano, Alois, pero Hitler no quería saber nada de él. Era el vivo recordatorio de su origen humilde. Hitler nunca habló de su familia.
     A los 6 años ingresó a la escuela, era 1895. A los 15 años ya se había cambiado 7 veces de dirección y había estado en 5 escuelas diferentes. Un compañero lo recuerda como un discutidor autocrático, de opiniones propias, mal carácter e incapaz de someterse a la disciplina escolar. No era trabajador. Un profesor de historia, Leopold Poetsch, influyó en Hitler. Era un fanático nacionalista alemán. Hitler le rindió tributo en su libro. "Usaba nuestro fanatismo nacional en brote como medio de educarnos, apelando frecuentemente a nuestro sentimiento de honor nacional. Hizo de la historia mi tema favorito. Fue entonces cuando me convertí en un joven revolucionario", escribió en su libro. Con la muerte de su padre Hitler lloró. Su madre, viuda y con dos hijos, se vio obligada a hacerlo estudiar la carrera de funcionario civil. Pero su hijo no deseaba eso y, aunque se querían, entre ellos hubo fricciones. A los 16 años padeció de una dolencia pulmonar y fue mandado a la casa de su tía en Spitel.
    En geografía e historia obtuvo notable, en dibujo sobresaliente, según su último informe. Al salir de la escuela se emborrachó. Luego se mantuvo abstemio, no fumador y vegetariano. Descubre los años más felices de su vida, entre los 16 y 19 años. Soñaba con un futuro como artista. Se negaba a trabajar y así ayudar a su madre económicamente. Le parecía repulsiva la idea de recibir un sueldo. La felicidad era no tener que trabajar y eso le dio libertad: soñaba, pensaba, hablaba con amigos del mundo, escuchaba a Wagner. Un amigo lo recuerda como pálido, enfermizo, un joven tímido y reticente con repentinos estallidos de furia histérica contra los que no estaban de acuerdo con él. Estaba decidido a ser artista, pintor o arquitecto. Pero desde los 16 años estuvo obsesionado con la política. Odiaba la monarquía de los Habsburgo y todas las razas no alemanas del Imperio Austro húngaro. Tenía un amor igualmente violento hacia todo lo alemán. A los 16 años ya era un fanático nacionalista alemán. Se hizo lector voraz. Sus obras favoritas eran de historia y mitología alemanas.
    En 1906 se fue a Viena con el dinero que le dio su madre. La primera visita le encantó. A los 18 años postuló a la Academia de Bellas Artes, pero no aprobó el ingreso. Postuló al año siguiente y tampoco fue aceptado. Para el joven ambicioso fue el hundimiento. Sufrió el dolor del fracaso. El 21 de diciembre de 1908 murió su madre de cáncer. Fue un golpe. Había respetado al padre, pero a su madre la quería. La muerte puso fin a sus planes de alto vuelo. Se vio obligado a conseguir su propio dinero. Partió a Viena nuevamente. Entre 1909 y 1913 vivió años de completa miseria e indigencia. Hitler trabajó en extrañas tareas: retirar nieve de las calles, sacudir alfombras, llevar maletas, de peón. Durante 4 años vivió en pensiones de baja categoría, en barrios miserables, se salvó de morir de hambre porque iba a las cocinas de caridad. Fue la época más triste de su vida. Sufría de hambre, pero nunca trató de conseguir un trabajo fijo. No quería caer en las filas del proletariado, de los trabajadores manuales.
    No tenía vicios y usaba un largo abrigo. Para él leer era un arte: saber retener lo esencial y olvidar lo no esencial. Fue tomando forma su visión y filosofía del mundo que fueron luego, los cimientos de sus actos.
    ¿Qué aprendió tan importante? La monarquía del Danubio agonizaba. Durante siglos una minoría germano-austríaca había gobernado un imperio formado por 12 nacionalidades diferentes. Desde 1848 la autoridad se había ido debilitando. A comienzos del siglo XX los pueblos eslavos pedían igualdad y autonomía nacional. Las clases bajas reclamaban derecho a voto, los trabajadores pedían sindicatos y derecho a huelga. Hitler, joven y fanático nacionalista austro-germano, era opuesto a estas evoluciones. Para él, el imperio se hundía en un pantano. Podía salvarse sólo si la raza germana dominante recobraba la antigua y absoluta autoridad. Otras razas, para él, sobre todo los eslavos, eran inferiores. Había que gobernar con mano de hierro y dejarse de tonteras democráticas. En los comedores de caridad comenzó a gestarse una astucia política que le permitió ver con asombrosa claridad las fuerzas y debilidades de los movimientos políticos contemporáneos. Hitler se dio cuenta de la importancia de la oratoria en la política. Los oradores públicos eran efectivos. Escribió: "la fuerza que mueve avalanchas políticas y religiosas es el mágico poder de la palabra hablada y sólo eso. Las grandes masas de gente pueden ser movidas solamente por el poder de los discursos. Todos los grandes movimientos son movimientos populares, erupciones volcánicas de las pasiones y de los sentimientos emocionales humanos, fomentados bien por crueles dioses del dolor o por la antorcha de la palabra arrojada entre las masas, no por chorros de limonada de los estetas literarios y de los héroes de salón".
    Comenzó a practicar oratoria entre los grupos de oyentes que formó en las posadas de baja categoría, comedores de beneficencia y en las esquinas. Se convertiría en un talentoso orador, más que ningún otro alemán de la época, lo que contribuyó en gran parte a su asombroso éxito. Según sus amigos, desde la escuela era antisemita.
    En Viena vivían unos 200 mil judíos. Hitler se preguntó si eran alemanes. Comenzó a leer literatura antisemita. Dice que empezó a ver judíos por todas partes "a menudo sufrí náuseas al oler a estos portadores de caftan". Poco después, dice, descubrió la mancha moral de este pueblo elegido. Aseguró que los judíos eran responsables de la mayor parte de la prostitución y trata de blancas. "Reconocí al judío como el director calculador, desvergonzado y sin corazón de este repugnante tráfico del vicio entre la gente baja de la gran ciudad, un frío estremecimiento me recorrió la espalda". Mi Lucha, su libro, está sembrado de alusiones espeluznantes a extraños judíos que seducían a inocentes muchachas cristianas y así adulteraban su sangre. En 1913 abandonó Viena y se fue a Alemania, tenía 24 años. Parecía un fracasado: ni pintor ni arquitecto. Era un vagabundo excéntrico, lleno de libros, sin amigos, familia, trabajo ni hogar, pero con una ilimitada confianza en sí mismo y un sentido ardiente de su misión. Le repugnaba el imperio de los Habsburgo, el conglomerado de razas de la capital, sobre todo los judíos. Mezcla, según él, que corroía a la cultura alemana. El verano de 1914 estalló la Primera Guerra Mundial. Comenzaba el período más memorable de su vida. Lo hirió la derrota. El ejército alemán no había sido vencido en el campo de batalla sino por traidores de la retaguardia. Así nació para Hitler, como para otros alemanes, la leyenda de la puñalada por la espalda que ayudó a socavar la república de Weimar y preparar el terreno para su llegada al poder. Ahí supo su destino: la política. Una decisión fatídica para el mundo. ¿Qué posibilidades tenía un austríaco de 30 años, sin amigos, sin dinero, sin trabajo ni experiencia?
    Comenzó a servir para el ejército. Lo destinaron oficial instructor que debía combatir ideas peligrosas: pacifismo, socialismo, democracia. Habló ante un gran auditorio y ése fue el comienzo de una habilidad con la que se convirtió en orador efectivo, de mágico poder.
    Utilizó la radio para ganarse a millones de oyentes. Le ordenaron investigar al partido político obrero alemán. Hitler oyó una conferencia de Gottfried Feder y quedó impresionado. Vio el llamado de Feder a abolir las esclavitud capitalista, una de sus premisas esenciales para fundar el nuevo partido. Vio un poderoso slogan para la próxima lucha. Pensó que era una organización como tantas otras. Era época en que surgían muchos partidos políticos, no juzgó a éste diferente.

 En esa charla, un profesor propuso que Baviera se separara de Prusia y se fundara Alemania del Sur junto con Austria. Hitler se encolerizó y habló violentamente, la gente miró a este desconocido y joven orador atónitamente. Hitler, luego, leyó un folleto del partido y vio reflejado en él gran parte de sus ideas. Recibió una postal en que se le anunciaba que había sido aceptado como miembro. Fue a una reunión, el ansia de esos hombres de un nuevo movimiento lo atrajo. Pensó que podía unirse a ellos, la insignificancia del partido podía darle la oportunidad a un joven enérgico como él. Tomó la decisión más importante de su vida: se unió al partido. Necesitaban un jefe, qué mejor que un buen orador como Hitler. Se convirtió en íntimo consejero y fue presentado, entre otros, a Rudolf Hess y Alfred Rosenberg.


Hitler toma dirección de la propaganda del partido Obrero. Enunció los 28 puntos del programa que, a la larga, fueron el programa nazi. El 1 de abril de 1920 se convirtió en Partido Nacional Socialista de Obreros Alemanes. La mayoría de los enunciados programáticos fueron olvidados al llegar al poder. Los más importantes fueron llevados a cabo por el Tercer Reich con desastrosas consecuencias para millones de personas. Algunos de esos puntos eran: Unión de todos los alemanes en una Alemania grande. Varios de estos puntos promovian el antisemismo, lo que constituyeron una temible advertencia. Se les prohibía ejercer su profesión, se les negaba la ciudadanía y eran excluidos de la prensa. Fueron expulsados quienes hubiesen entrado en el Reich después del 2 de agosto de 1914. Había varios puntos demagógicos para atraer a los obreros: la abolición de los ingresos no ganados por el trabajo, la nacionalización de los trust, la participación del Estado en los beneficios de las grandes industrias, abolición de rentas agrícolas y de las especulaciones en tierra, pena de muerte a traidores, usureros y explotadores. Pedía la abrogación de los Tratados de Versalles y Saint Germain, junto con la creación de un fuerte poder central del Estado. Hitler quería el poder de todo el Reich para hacer su régimen dictatorial.
    Era el fin de los estados semi-autónomos de la República de Weimar. Tenía una oratoria incendiaria y un programa radical. Pensó que las masas necesitaban no sólo ideas, sino también símbolos que ganaran fe, junto con boato y colorido que las elevaran. Además, actos de violencia y terror que, si tenían éxito, atraerían adhesiones y darían sensación de poder.

svastica nazi

Hitler organizó escuadras de choque con uniformes caquis. Reclutaron voluntarios, guardaban el orden de los mítines nazis y disolvían los de otros partidos. En 1921 Hitler dirigió uno y estuvo un mes en prisión por ello. Pensó que al pueblo le faltaba una bandera, un emblema. Diseñó la svástica, que se convirtió en el símbolo del poderoso partido nazi. Diseñó también un brazalete y estandarte. Era la mejor propaganda.
    1921 Hitler se adjudicó la dirección del partido. Era poderoso orador, mejor organizador y propagandista. Conseguía fondos con sus discursos. Obtuvo poderes absolutos del partido y quedó establecido el principio dictatorial que iba a ser la primera ley de los nazis.
    El Führer había salido a escena en Alemania. Se dispuso a reorganizar el partido. Tenían un diario, más parecido a una hoja antisemita, en la que pregonaban sus ideas. Hess se convirtió en íntimo amigo, devoto seguidor y secretario del jefe. Hasta el final sería uno de sus más leales seguidores.
    Goering también cayó ante la fascinación de Hitler. Era piloto de guerra y cuando conoció al führer se unió al partido y lo ayudó económicamente con generosidad. Apoyó a Roehm para crear las tropas de asalto y en 1922 era comandante de las SA. Hitler abandonó el ejército y se dedicó al partido. Nunca recibió un sueldo.
    ¿De qué vivía? Nunca contestó. Dijo que ganaba dinero cuando hablaba para otras instituciones y tenía camaradas que lo ayudaban. Entre 1921 y 1923 tuvo que organizar el partido y mantener el control.
    En 1921 los aliados cobraron 33 mil millones de dólares a Alemania por indemnizaciones de la Primera Guerra. La derecha comenzaba a cometer asesinatos y el gobierno de Berlín respondió con una ley especial de protección a la República. Ésta imponía severas penas a los actos de terrorismo. La joven República Democrática de Weimar se hallaba en grandes apuros. Su existencia era amenazada por extremistas de derecha e izquierda. El Tratado de Versalles cayó como balde de agua fría en Alemania, hubo protestas que llamaban a no firmarlo.
    ¿Qué lo hacía tan intolerable? Devolvía Alsacia y Lorena a Francia, un poco de territorio a Bélgica, una parte a Dinamarca y a los polacos las tierras que los alemanes habían tomado. Esta parte les dolió, porque consideraban a estos últimos como una raza inferior. Se les daba, además, la responsabilidad a los alemanes del comienzo de la guerra. Se exigía la entrega del emperador Guillermo II y ochocientas personas más, considerados criminales de guerra. Las reparaciones serían fijadas después, pero debían pagar 5 mil millones de dólares en marcos de oro entre 1919 y 1921.
    El tratado desarmaba prácticamente a Alemania y, por lo tanto, le cerraba el camino de la hegemonía en Europa. Dejaba al Reich geográfica y económicamente intacto en su mayor parte. Además, reservaba su unidad política y fortaleza potencial como gran nación. No tenían alternativa frente a los aliados. O aceptaban el tratado o los aliados tomarían represalias. La resistencia armada era imposible, así lo decían los dirigentes del ejército.


    El 28 de junio de 1919 el tratado de paz era firmado. Pero Alemania se convirtió en una casa dividida. Los conservadores no querían aceptar ni el tratado ni la república que lo había firmado. Ellos tenían riquezas que usaron para subvencionar a partidos políticos y a la prensa política, que se esforzaría en minar los cimientos de la República.
    El ejército comenzó a burlar las restricciones militares del tratado y se convirtió en verdadero centro de poder político en la nueva Alemania. Se convirtió en un estado dentro del estado, ejerciendo influencia sobre la política extranjera y de interior. Mantuvo la independencia del gobierno nacional. Los socialistas moderados, ayudados por los demócratas y centristas católicos, fueron quedándose solos para llevar adelante la República. Se pensaba que la constitución de Weimar estaba sentenciada a muerte. Había una fuerza nacionalista, antirrepublicana y antidemocrática que Hitler detectó. El marco alemán comenzó a descender. Alemania no pudo pagar sus compromisos y en represalia, Francia ocupó el Ruhr, corazón industrial germano. Fue un golpe a la economía alemana y logró unir al pueblo como no se veía desde 1914. Hubo una huelga general en 1923, el descenso del marco continuó hasta que la moneda alemana se hizo inservible. El poder adquisitivo de los salarios y los jornales habían quedado reducidos a cero. La fe del pueblo alemán en la estructura económica de la sociedad alemana fue destruida. Y era la República la que se había rendido al enemigo, aceptando cargas de reparaciones. Los culparon.
    El gobierno no supo enfrentar la crisis. El pueblo se sabía en bancarrota, tenían hambre. Culpaban de todo a la República. Tiempos así parecían caídos del cielo para Hitler. "Nuestra miseria aumentará, el Estado se ha convertido en ladrón y en estafador. Necesitamos una dictadura", gritaba.
     La irreflexiva inflación conducía a miles de alemanes a creer en él. Las condiciones caóticas favorecían la caída de la República, él quería dirigir la revolución, Pero tenía dificultades: Primero, el partido nazi no era un movimiento importante y era desconocido fuera de Baviera. En segundo lugar, la ocupación del Ruhr unió a los alemanes tras el gobierno republicano de Berlín.
    Hitler, quería la muerte de la República, la muerte de los traidores de la patria y la de los criminales del movimiento. Formó la Unión de Trabajadores de las Ligas Combatientes de la Madre Patria y, luego, un grupo más fuerte: la Unión Combatiente Alemana. Objetivo: derrocar la República y desgarrar el Tratado de Versalles.
    El 26 de septiembre de 1923 el canciller anunció el fin de la resistencia del Ruhr y la continuación de los pagos de indemnizaciones. Hubo un estallido de rabia y de histeria entre los nacionalistas alemanes y los comunistas. Hubo revueltas y se estuvo al borde de la guerra civil. El gobierno central ordenó cerrar el diario de Hitler y arrestar a Hess, Eckhardt y Rossbach. Las órdenes fueron desobedecidas. Baviera desafiaba a Berlín.
     La noche del 10 de noviembre las SA serían concentradas al norte de Munich y en la mañana marcharían sobre la ciudad, proclamando la revolución. Hitler abandonó este plan e improvisó otro para llevarlo a cabo el 8 de noviembre, durante un mitin en una cervecería. Las tropas de la SA rodearon la cervecería hasta donde había llegado el jefe del gobierno bávaro: Kahr. Hitler saltó sobre la mesa para atraer la atención de más de tres mil burgueses que se encontraban allí. Gritó: "la revolución nacional ha comenzado, los gobiernos de Baviera y del Reich han sido destituidos y se ha formado un gobierno nacional provisional". Tomó a los tres dirigentes y los arengó, mientras ellos se negaban a hablarle. Amenazó con matarlos. Ninguno quería unirse a Hitler.
    Las cosas no estaban saliendo como él lo había planeado. Se dirigió a la multitud haciéndoles creer que el gobierno bávaro estaba destituido y que uno nuevo salvaría al pueblo. La multitud creyó su mentira. Hubo vivas estentóreos.
    Enajenado de alegría por el afortunado comienzo hizo que todos juraran lealtad al nuevo régimen. Dio otra arenga en la que dijo que no descansaría hasta ver a los criminales de noviembre derrocados, hasta que Alemania volviera a tener poder y grandeza, libertad y esplendor.
    Un error desmoronó su plan. Se alejó por unos minutos de la cervecería y los tres jefes del gobierno huyeron. El ejército comenzó a aplacar el alzamiento. Se ordenó la disolución del partido Nacional Socialista de Trabajadores Alemanes y de las ligas combatientes. Hitler había planeado un golpe militar, quería una revolución con las fuerzas armadas, no contra ellas. Ludendorff, el legendario jefe militar, le propuso marchar hacia el centro de la ciudad y apoderarse de él. La policía y el ejército jamás se les opondrían.
    A las 11 de la mañana del 9 de noviembre Hitler y Ludendorff enfilaron una columna con trescientos hombres hacia el centro de Munich. Iban con la svástica y un camión cargado con ametralladoras. Las fuerzas de asalto llevaban carabinas y Hitler su revólver. Hubo disparos con la policía, se cree que el führer hizo el primero. Dieciséis nazis y tres policías murieron. Hubo heridos y el resto cayó a tierra. Hitler fue arrestado y también Ludendorff. En pocos días, los jefes rebeldes fueron cercados y encarcelados. La intentona nazi había terminado en un fracaso. El partido fue disuelto. Aparentemente el nacional socialismo estaba muerto. La carrera de Hitler al poder fue brevemente interrumpida, sin embargo, usó el juicio como plataforma para desacreditar a las autoridades y hacer que su nombre fuera conocido más allá de Baviera.

HITLER EN CAMINO AL PODER
    Hitler fue sometido a juicio. Cuando terminó, había transformado la derrota en triunfo. Impresionó al pueblo alemán con su elocuencia y el fervor de su nacionalismo. Su nombre apareció en los titulares. Proclamó "yo soy el único responsable, pero no soy un criminal". Su confianza en sí mismo estaba intacta. En prisión, esperando el juicio, prometió no volver a cometer los mismos errores. Ya sabía como construir el Estado nazi. Necesitaba al ejército alemán con él. Por lo tanto, buscó la reconciliación con él. Ludendorff fue absuelto. Hitler y otros acusados fueron encontrados culpables y fue sentenciado a 5 años de prisión en Landsberg. Nueve meses después, el 20 de diciembre, Hitler era excarcelado y en libertad podía continuar su lucha: derribar el estado democrático.
    Hitler se había convertido en famoso y para los ojos de muchos, era un patriota y un héroe. La propaganda nazi convirtió este episodio en una leyenda del movimiento. En su prisión Hitler era tratado con honores. Tenía una habitación para él solo. Convocó a Hess y empezó a dictarle su libro: "Mi Lucha". El libro tenía poco de autobiográfico. Durante su primer año de canciller fue el autor más próspero de Alemania. Y por primera vez era millonario. En el régimen nazi el libro se leyó tanto como la Biblia. Era casi obligatorio leerlo y las familias se sentían protegidas si tenían el libro en sus hogares. Si este libro se hubiese leído antes, quizás el mundo se hubiera librado de una catástrofe. Ahí se exponía la clase de Alemania que pretendía hacer si llegaba al poder y la clase de mundo que quería crear mediante la conquista armada alemana.
    La impronta del Tercer Reich y el bárbaro orden que Hitler impuso entre 1939 y 1945 se hallan expuestos con aterradora crudeza y con gran extensión y detalle en ese libro. El concepto de la vida que ahí se detalla fue abrazado fanáticamente por millones de alemanes y produjo la ruina de muchísimos seres humanos decentes y sin culpa. Como pretendía lograr un nuevo Reich:
  •     Ajustando las cuentas con Francia.
  •     Expandiéndose hacia el este, sobre todo a costa de Rusia.
    El Tercer Reich sería gobernado con el principio del caudillaje, una dictadura. No le daba importancia a lo económico, el tema lo aburría. Creía que ninguna política económica era posible sin una espada, ninguna industrialización era posible sin poder. En su libro, Hitler deambula de un tema en otro. Escribió sobre todo: cultura, educación, teatro y cine. También escribió sobre lo que será la eugenesia del Tercer Reich: el matrimonio no puede ser un fin en sí mismo, sino que tiene que servir para su meta más alta: el aumento y la conservación de la especie y de la raza.
    Veía toda vida como una eterna lucha y el mundo como una selva en la que sobrevivían los más capaces y gobernaban los más fuertes: un mundo donde una criatura se alimenta de otra y donde la muerte del más débil implica la vida del más fuerte. El fuerte debe dominar y no mezclarse con el débil, sacrificando así su propia grandeza...los que deseen vivir deben luchar y los que no quieran luchar no merecen vivir. ¿Quién era el fuerte, en valor y habilidad, el favorito de la naturaleza? El ario. Este era el meollo del ideario nazi: la concepción de una raza superior era la base del Tercer Reich y del nuevo orden de Hitler en Europa.
    Los arios han logrado tantas cosas y conquistado supremacías pisoteando a los demás, pensaba. Hitler se revela en su libro con un sadismo difícil de entender. Para él, la mezcla de sangres, era un error cardenal. Ella mata a las viejas culturas y los hombres pierden resistencia. Todos los que en este mundo no son de buena raza pertenecen a la broza, dice. ¿Y quién es la broza? Los judíos y los eslavos. Hitler llegó a prohibir el matrimonio entre alemanes y algún miembro de estas razas. Era ignorante de la historia y de la antropología. Para él los alemanes son la más alta especie en la humanidad que existe sobre la tierra y lo seguirán siendo si velan con cuidado por la pureza de su propia sangre.
    Dice: "el Estado Popular debe colocar a la raza en el centro de toda vida, debe tomar las medidas necesarias para que solamente las personas saludables puedan engendrar hijos. Sólo hay una desgracia: traer hijos al mundo a pesar de las propias enfermedades y deficiencias. Es reprensible privar a la nación de hijos saludables".
    El dominio alemán se había convertido para él en una obsesión. No estaba de acuerdo con la democracia: no debe haber decisiones de la mayoría, sino únicamente de personas responsables.
    Un solo hombre poseerá la autoridad y el derecho para mandar. No dudaba en que construiría su Reich. Estaba poseído de ese ardiente sentimiento de misión peculiar. Unificaría a un pueblo elegido, purificaría la raza, lo haría fuerte, haría que sus hijos fueran señores en la tierra. Todas sus ideas tenían raíces en la experiencia y pensamiento alemanes. El nazismo y el Tercer Reich no eran sino una continuación lógica de la historia alemana. Primer Reich: sagrado imperio germánico medieval. Segundo Reich: el de Bismarck, en 1871 después de la derrota de Francia a manos de Prusia.
    Ambos le habían dado gloria a Alemania. Para Hitler la república de Weimar había arrastrado este nombre por el fango. El Tercer Reich lo restauraría, prometía Hitler. Alemania había sido siempre un país formado de diversas naciones. No hubo crecimiento natural como nación, estaban divididos en diminutos estados. La idea de pueblo soberano, de democracia nunca echó raíces en Alemania. Las ideas no son propias de Hitler, sino la forma de aplicarlas. Alemania tuvo épocas gloriosas, como la de Bismarck. La idea de la raza dominante o de los judíos como raza inferior no era nueva en Alemania. Hitler admiraba a Nietzsche y odiaba el cristianismo: el hombre debe ser instruido para la guerra y la mujer para la procreación del guerrero. Al final, Hitler se consideraba a sí mismo el superhombre de la profecía de Nietzsche.
    Como Hitler, Wagner también odiaba a los judíos, y el Führer admiraba a Wagner, le gustaba oír sus óperas con mitos germanos.
    Se podría considerar a H. Stewart Chamberlain como el fundador espiritual del Tercer Reich. Este inglés vio en la raza alemana la dominante, la esperanza del futuro. Hitler lo consideró profeta, además tenía un sentido místico de su misión personal sobre la tierra en esos días. En su libro está salpicada la idea de genio escogido por la Providencia para conducir a un gran pueblo.
    Un genio con una misión estaba por encima de la ley, no podía ser limitado por la moral burguesa, con esta idea Hitler pudo justificar los actos más crueles cometidos a sangre fría: la supresión de la libertad personal, la práctica brutal de los trabajos forzados, la perversión de los campos de concentración, la matanza de sus mismos seguidores en junio de 1934, el asesinato de los prisioneros de guerra y la carnicería masiva de los judíos.
    En 1924 Hitler salió de la cárcel. Su partido y prensa estaban prohibidos, la economía alemana se estaba recuperando y el pueblo alemán estaba comenzando a vivir normalmente. El nazismo parecía morir.
    Pero Hitler no se desanimaba fácilmente. Editó "Mi Lucha". Pocos vieron en ese libro la continuación de la historia alemana. Señalaba a su patria el camino hacia un glorioso destino.
    Los años 1925 y 1929 fueron difíciles para Hitler y los nazis. Pero él perseveraba, confiaba en que los malos tiempos no durarían. Alemania recibió créditos y la gente parecía más feliz. El antiguo y opresivo espíritu prusiano parecía estar muerto y enterrado.
    Casi no se oía de Hitler o de los nazis. Alemania parecía haberse consolidado. El primer ministro de Baviera levantó el castigo a Hitler y a su partido.
    El 26 de febrero de 1925 se reeditó el diario y el líder habló en el primer mitin del partido nazi resucitado. Cuatro mil seguidores se reunieron nuevamente para oírlo. Y Hitler fue tan elocuente como siempre.
    Sus camaradas ya no estaban. Tenía un nuevo objetivo:
    concentrar el poder del partido en sus manos, restablecerlo como organización y buscar poder en las instituciones constitucionales.
    La bestia no estaba domesticada, amenazaba al Estado con violencia. Por dos años, el gobierno de Baviera le prohibió hablar en público.
    Hitler mudo era un fracasado. Pero también era un buen organizador. Se puso a trabajar por el partido. Primero atrajo gente. En 1925 eran 27 mil y en 1929 ya sumaban 178 mil. La organización política quedó dividida en dos grupos: POI (su misión era atacar y minar el gobierno) y POII (buscaba establecer un estado dentro de otro estado). Creó las juventudes hitlerianas (10 a 15 años) y organizaciones para las mujeres.
    Las S.A estaban organizadas como bandas armadas. Debían proteger los mítines nazis y desorganizar a los otros, junto con aterrorizar a los que se oponían a Hitler. Una vez en el poder se convertirían en el ejército. Pero las camisas pardas (S.A) no llegaron a ser más que una confusa mezcla de chusma camorrista. Muchos de sus jefes eran homosexuales. Hitler creo las SS (Schutzstaffel) con uniformes negros y les hizo jurar lealtad a su persona. Primero fueron una guardia personal. El jefe definitivo fue Heinrich Himmler. Comenzaron con doscientos hombres y terminaron dominando a Alemania e infundiendo terror en toda la Europa ocupada. El jefe supremo del partido era Hitler. Pero la organización no era más que un conglomerado de alcahuetes, asesinos, homosexuales, alcoholizados y chantajistas. A Hitler eso no le importaba mientras fueran útiles. En 1926 constituyó el tribunal del partido.
    Usando a un joven inquieto, Strasser, mandó a organizar el partido en el norte del país. Él nombró de secretario a un hombre de 28 años: Paul Joseph Goebbels. Goebbels era un orador vehemente y fanático nacionalista, tenía una pluma mordaz y una sólida educación universitaria. Era doctor en Filosofía. Tenía un pie malo, por lo tanto no había podido ir a la guerra. La cojera le produjo amargura. Los socialdemócratas y comunistas propusieron la expropiación de las tierras y fortunas reales para que fueran puestas a disposición de la República. Strasser y Goebbels propusieron apoyar la idea. Hitler se enfureció, muchos de esos antiguos gobernantes y grandes industriales apoyaban económica mente al partido.
    Hitler envió a Feder al norte para acallar a los rebeldes.
    Goebbels gritó propongo que Hitler sea expulsado del partido. El 14 de febrero de 1926 Hitler devolvió el golpe. Organizó una reunión en el sur durante un día hábil. Goebbels y Strasser estaban en minoría y tuvieron que abandonar su programa. Goebbels oyó el discurso de Hitler y sintió un golpe, le estaban moviendo sus cimientos. El Führer lo conquistó y lo convirtió en su más fiel seguidor hasta el final.
    Esos años Hitler pasó mucho tiempo en un refugio en los Alpes bávaros. Era su único hogar.
    En 1928 invitó a su media hermana, Angela, quien llegó con sus dos hijas. Hitler se enamoró de una de ellas, Geli Raubal, una muchacha de 20 años. No se sabe si ella también lo quería.
    En 1931 Geli anunció que volvía a Viena, pero Hitler no la dejó. Al día siguiente ella se había suicidado. Él parecía inconsolable.
    Tres semanas después Hitler obtuvo la primera entrevista con el jefe alemán, Hindenburg. Era su primera movida para llegar al poder.
    La depresión del 29 le dio su oportunidad. El pueblo, duramente oprimido, clamaba buscando una salida a su triste situación. Millones de parados querían trabajo, los tenderos ayuda. Para los descontentos Hitler era un torbellino electoral. Desarrolló una campaña en que ofreció para los millones de desesperados una posible esperanza en medio de la miseria general. Haría una vez más fuerte a Alemania, se negaría a pagar las indemnizaciones, repudiaría el Tratado de Versalles, acabaría con la corrupción, obligaría a capitalistas (especialmente judíos) a proveer con dinero al Estado y trataría de que todo alemán tuviera trabajo y pan. Para los desesperados y hambrientos hombres que buscaban no sólo socorros monetarios, sino nueva fe y nuevos dioses, la llamada no fue hecha en vano.
    Aunque sus esperanzas eran grandes, Hitler quedó sorprendido cuando la noche del 14 de septiembre de 1930 llegaron los resultados de las elecciones. Dos años antes, su partido había conseguido unos 810 mil votos y elegido 12 candidatos como miembros del Reichstag. Esta vez, su meta era cuadruplicar esos resultados, pero consiguió 6 millones de votos que le daban 107 escaños y hacían ascender al partido nazi del noveno lugar al segundo en importancia. El PC también había subido de 54 a 77 escaños. Engreído, Hitler volvió al propósito de atraer a dos grupos poderosos: el ejército y los grandes industriales.
    En 1930 quedó en evidencia que la propuesta nazi hacía progresos en el ejército, especialmente en jóvenes oficiales. Los nazis comenzaron a recolectar dinero, los negociantes y banqueros les daban, hacían colectas.
    En 1931 Hitler decidió concentrar esfuerzos en cultivar amistad con influyentes magnates industriales. Atravesó Alemania manteniendo entrevistas personales con prominentes personalidades del mundo de los negocios. A principios de ese año Hitler había reunido en torno al partido a una pequeña banda de hombres fanáticos y crueles que le ayudarían en su impulso final hacia el poder y estarían a su lado en el Tercer Reich. Había cinco que destacaban de su lote de seguidores: Roehm, Strasser, Goering, Goebbels y Frick.
    En ese período, también, el camino difícil en Alemania continuaba. Había cinco millones de obreros parados, las clases medias enfrentaban la ruina, los labradores sin poder pagar sus impuestos, el Parlamento paralizado, el gobierno vacilante y el Presidente de 84 años se hundía en la cenilidad. Entre los nazis crecía la confianza.
    El problema político: el canciller Bruning no contaba con mayoría y comenzó a gobernar por decreto.
HITLER CAMINO HACIA EL PODER
    El 10 de octubre de 1931 Hindenburg recibió a Hitler por primera vez. El futuro Führer intentó impresionarlo, pero no lo logró. El canciller Hindenburg pretendía extender el mandato del presidente, decisión que debía tomar el Parlamento.
    Bruning llamó a Hitler, quería que el partido nazi aceptara la prolongación del mandato de Hindenburg. Le lanzó un anzuelo: ofrecía sugerir el nombre de Hitler como sucesor en el puesto de canciller. Pero el líder nazi quería el fin de la República y eso significaba darle más vida. Ofreció apoyar a Hindenburg en las elecciones si se deshacían de Bruning, nombraban un gobierno nacional y convocaban a nuevas elecciones para el Parlamento y la dieta prusiana. Hitler pensaba en la posiblidad de presentarse a las elecciones. Goebbels lo incitaba a hacerlo y el líder siguió su consejo. La campaña fue áspera y confusa.
    Hindenburg era protestante, prusiano, conservador y monárquico, tuvo apoyo de socialistas, sindicatos y católicos. Hitler era católico, austríaco, antiguo vagabundo, nacionalsocialista, jefe de la clase media más baja, contaba con propios seguidores y con algunos de clase alta y monárquicos. Para resolver el tema de la ciudadanía y se convirtió en alemán.
    Emprendió su campaña con energía, recorrió el país, hizo ardorosos mítines, habló a la ciudadanía y los fustigó hasta llevarlos a un estado de frenesí.
    Los nazis hicieron una campaña de propaganda como nunca se había visto en Alemania. Pegaron carteles en paredes, distribuyeron ocho millones de folletos y doce millones de periódicos. Llevaron a cabo tres mil mítines en un día. Además, hicieron uso de películas y discos con ayuda de altavoces en camiones.
    Hindenburg conservó la red de radiodifusión a favor de su propio bando.
    En las elecciones, el canciller obtuvo el 49, 6% y Hitler el 30,1%. Ninguno consiguió mayoría absoluta. Era necesaria una nueva elección. Hitler había logrado aumentar la votación de los nazis en un 86% pero el Presidente lo había rebasado. Emprendió una nueva campaña con más ánimo. Realizó cuatro, cinco mítines en un día, volaba en avión de un punto a otro. Se dedicó a predecir un futuro feliz a todos los alemanes si votaban por él: trabajo para todos los obreros, precios mejores para cultivadores, más negocios, un gran ejército, llegó a prometer que todas las muchachas encontrarían marido. El 10 de abril de 1932 se realizó la segunda elección:
    Hindenburg sacó un 53% y Hitler un 36,8%. Más de la mitad de los alemanes había expresado su confianza en la República Democrática.
    Hitler había duplicado los votos nazis en apenas dos años. El consejo de ministros había decidido suprimir el ejército del partido, la SA, ante el rumor de que si ganaba se apoderaría de Alemania. El golpe aturdió a los nazis. Hitler obedeció, no era momento de rebelión armada. El 8 de mayo se volvió atrás con esta decisión de la SA y Hindenburg llamó a Hitler a apoyar al gobierno.
    El 1 de junio de 1932 fue nombrado canciller Franz Von Papen. El hombre no era tomado en serio por sus amigos ni enemigos. Se le consideraba superficial, desatinado, intrigante, astuto, vano y ambicioso. No tenía respaldo político. El 4 de junio disolvió el Parlamento y llamó a elecciones para el 31 de julio.
    El 15 de junio levantó el bando de suspensión de las SA. Le siguió una ola de asesinatos y violencia política como no se había conocido en Alemania. Fuerzas de asalto buscaban peleas y sangre. Sólo en Prusia durante veinte días, hubo 461 batallas campales en las calles con 82 muertos y 400 heridos. Papen prohibió las concentraciones políticas antes de las elecciones. El 20 de julio destituyó al gobierno prusiano y se nombró a sí mismo comisario del Reich en Prusia. Además, proclamó estado de guerra en Berlín. Hitler decidió derrocar a Papen. Los nazis se arrojaron nuevamente a la campaña. Ganaban terreno. En las elecciones del 31 de julio, los nazis consiguieron trece millones 700 mil votos y 230 escaños en el Reichstag. Era el partido más numeroso del Parlamento, pero les faltaba mayoría en la cámara.
    Hitler aún no conseguía la mayoría para llegar él mismo al poder. El 4 de agosto fue a Berlín. Pidió ser canciller y para su partido varios puestos de ministros. No era tan fácil. Para presionar, el 10 de agosto las SA tendían un cerco a Berlín. Le dijeron que lo máximo que podía aspirar era a la vicecancillería.
    Hitler se mostró ultrajado. Sería canciller o nada. Se reunió con Hindenburg, ya de 85 años, y repitió su petición. El Presidente replicó que con la tensa situación no podía arriesgarse a transferir el poder a un partido nuevo que no tenía la mayoría y que era turbulento e indisciplinado. Habló de actos de violencia y de ataques a judíos. Hindenburg consideraba que era un partido fuera de control. Le pidió colaboración a otros partidos y que Hitler desechara la idea del poder completo. El viejo presidente le dio un sermón al caudillo nazi. Cuando los alemanes se enteraron de la petición de poderes absolutos, la causa nazi sufrió un revés. El 30 de agosto los centristas se unieron a los nazis y eligieron a Goering presidente del Reichstag.
    El canciller Von Papen había conseguido un decreto para disolver la cámara. Pero Hitler ordenó votar la enmienda comunista para derrotar a Von Papen antes de que éste disolviera el Reichstag. Estaba fuera de sí de alegría. El 6 de noviembre hubo nuevas elecciones. El pueblo ya estaba cansado de propaganda y discursos, los nazis no tenían dinero para una gran campaña. Los círculos adinerados se asustaron por la participación del partido en una huelga de obreros del transporte en Berlín.
    En la votación, los nazis perdieron 2 millones de votos y 34 escaños del Reichstag. Sólo tenían 196 diputados. Seguían siendo el mayor partido de la nación pero habían retrocedido. Hitler estaba más débil.
    El 17 de noviembre Papen y los ministros dimitieron. Hindenburg, entonces, llamó a Hitler el 19 de noviembre. El Presidente le ofreció la cancillería si podía asegurar una mayoría manejable en el Reichstag para llevar a cabo un programa definido o, bien, le entregaba la vicecancillería a las órdenes de Von Papen. No hubo acuerdo. Hitler no podía asegurar lo que pedía el anciano.
    El ejército se puso contra Von Papen y Hindenburg apoyó a la institución armada. El canciller había sido depuesto y el Presidente pensó que libraba a Alemania de una guerra civil. El 2 de diciembre Kurt Von Schleicher fue nombrado canciller. El general llegaba a este alto puesto en la cumbre de la depresión. Estuvo 57 días en el puesto, en una época de odios e intrigas. Trató de que Hitler se uniera a su gobierno. Como no lo logró, trató de dividir al partido. Los nazis estaban en problemas económicos, no tenían fondos para pagar la nómina de miles de funcionarios, para los 2 millones de marcos que costaban las SA a la semana y debían las impresiones de los diarios.
    En las elecciones en Turingia los nazis perdieron un 40 % de los votos. Sabían que nunca lograrían el poder mediante la votación.
    Strasser discrepaba con Hitler en la forma de buscar el poder total. Le envió una carta renunciando, su principal seguidor desertaba.
    Hitler se sintió traicionado. Pero se esforzó por cerrar en un círculo la lealtad al resto. El nuevo canciller estaba a punto de caer. No contaba con la mayoría del Reichstag. El 28 de enero presentó la dimisión a Hindenburg, quien le pidió a Von Papen que indagara la posibilidad de un gobierno encabezado por Hitler en términos constitucionales. Mientras los nazis celebraban, corrió el rumor de que se estaba preparando una dictadura militar. Goering le fue a avisar a Hindenburg y a Von Papen, mientras Hitler ponía en estado de alarma a la SA en Berlín.
    Se nombró Ministro de Defensa a Blomberg el 30 de enero de 1933. El gabinete de Hitler se había constituido y fue nombrado canciller.
    Los nazis eran minoría. Tenían 3 de 11 puestos del gabinete. Los ministerios importantes, los tenían los conservadores que creían estar usando a los nazis para sus fines. Nadie comprendió en ese momento las fuerzas que se estaban ayudando a encumbrar a las alturas.
    Los alemanes impusieron la tiranía nazi a sí mismos.
  El error:no oponerse unidos a Hitler. Al mediodía del 30 de enero de 1933, el Presidente nombró canciller a Hitler. Su poder, aunque grande, no era completo. Su tarea inmediata: eliminar a quienes le quitaban parte del poder. Con ese elemento llevaría a cabo su revolución nazi.
    A las 5 horas hizo el primer consejo de ministros. Ayudado por Goering empezó a obligar a sus colegas conservadores para que le siguieran la corriente. Mandó a Goering a hablar con los centristas, que tenían 70 escaños en el Reichstag. Como ponían condiciones, Goering propuso disolver el Reichstag y llamar a elecciones. Hitler dio su aprobación. Fue a hablar con ellos y luego dijo que los del centro hacían peticiones imposibles de aceptar y que no había posibilidad de acuerdo. Pidió al Presidente que disolviera el Reichstag y llamara a elecciones, él aseguró que no haría cambios en el gabinete. El 5 de marzo hubo nuevas elecciones. Los nazis usaron vastos recursos del gobierno para acumular votos. Tenían la radio y la prensa a su disposición, por lo que pusieron en escena una obra maestra de propaganda.

    Invitaron a magnates a ayudarlos económicamente. Hitler suprimió las reuniones y la prensa comunista. Goering fue nombrado ministro del Interior de Prusia. Expulsó a los oficiales republicanos y los reemplazó por nazis, sobre todo oficiales de la SA y la SS. Ordenó a la policía evitar hostilidades entre estas dos fuerzas. Invitó a eliminar a todos los que se opusieran a Hitler.

    El poder policíaco de Prusia (dos tercios de Alemania) fue recayendo en manos nazis. El 27 de febrero de 1933 se incendia el edificio del Reichstag. Hitler acusó a los comunistas de realizar un crimen contra el nuevo gobierno. Goering gritó que con esto comenzaba la revolución comunista.     Aunque no hay certeza, al parecer fueron los nazis los que organizaron el incendio. Llevaron tropas de asalto al túnel subterráneo, rociaron con gasolina y elementos químicos inflamables y regresaron. Luego, un pirómano comunista, elegido por los nazis, prendió fuego. En el juicio fue declarado culpable y decapitado. Pero , de todas formas, recayeron sospechas sobre nazis y sobre Goering. El 28 de febrero, Hitler consiguió del Presidente un decreto para la protección del pueblo y del Estado. Quedaban en suspenso las siete garantías de libertades individuales y civiles de la Constitución. Según Hitler, eran medidas defensivas contra actos comunistas de violencia.
    Se autorizaba, además, al gobierno del Reich para ejercer un completo poder sobre los Estados Federales, cuando fuera necesario, e imponer pena de muerte a crímenes como alteraciones graves de la paz.
    Hitler hizo callar a sus adversarios e posibilitó su arresto cuando fuera necesario. Creó así una amenaza oficial a los comunistas provocando miedo a la clase media y campesina. Si no votaban por él en las elecciones, los bolcheviques se apoderarían del poder. Unos cuatro mil funcionarios comunistas fueron arrestados.
    Era la primera experiencia del terror nazi para los alemanes. Sus partidarios rugieron por las calles de toda Alemania. Las camisas pardas acorralaron a víctimas, las llevaron a barracones de las SA, las torturaron y las golpearon. La prensa comunista y las reuniones políticas fueron suprimidas; diarios socialdemócratas y liberales fueron suspendidos y las reuniones de otros partidos, prohibidas o disueltas. Sólo los nazis podían llevar a cabo campañas sin ser molestados.
    Llevaron a cabo una gran propaganda. La radio estatal difundió sus voces, se pusieron banderas en las calles, hicieron grandes concentraciones, anunciaban el paraíso. En las elecciones del 5 de marzo, los nazis lograron 17 millones de votos. Pero, con todo, la mayoría seguía rechazando a Hitler, ya que esa votación sólo representaba un 44%.
    Hitler no tenía los dos tercios en el Reichstag, necesarios para hacer su revolución, establecer dictadura con consentimiento del Parlamento.
    Su plan fue pedir al Reichstag la aprobación de una ley de plenos poderes, confiriéndole al gabinete de Hitler facultades exclusivas legislativas por 4 años. Se necesitaban, nuevamente, dos tercios para lograrlo. Sin embargo, arrestando a unos cuantos comunistas podía asegurar esa proporción. Hitler logró el poder de legislar quitándole atribuciones al Reichstag. Prometió hacer buen uso de esas nuevas facultades.
    Así fue enterrada la democracia parlamentaria en Alemania. Todo se hizo con entera legalidad, el Parlamento había cedido su autoridad constitucional a Hitler, cometiendo un verdadero suicidio.
    Esta ley de plenos poderes constituyó la base legal para la dictadura del Führer. Desde el 23 de marzo de 1933, Hitler fue el dictador del Reich.
EL PODER TOTAL
Los Estados Federales comenzaron a caer en manos nazis. Comisarios del Reich fueron designados para hacerse cargo del mando. El 7 de abril Hitler designó gobernadores, todos eran nazis. Abolió los poderes independientes de los estados y los sometió a la autoridad central. Había unificado Alemania.
El partido nazi fue quedando solo y el 14 de julio se decretó la ley que decía que el partido de los trabajadores alemanes nacionalsocialista se constituía en el único de Alemania. El que quisiera formar otro partido sería castigado. El estado pasaba a ser totalitario Los sindicatos libres fueron eliminados tan fácilmente como los partidos políticos. El 1 de mayo de 1933 Hitler habló ante cien mil trabajadores, diciéndoles que la revolución no era contra ellos. Al día siguiente, los nazis ocuparon los cuarteles generales de todos los sindicatos, confiscaron fondos, los disolvieron y arrestaron a sus jefes. Muchos de ellos fueron golpeados e internados en campos de concentración. Tres semanas más tarde, por un decreto, Hitler puso fin a convenios colectivos, el decreto dejaba fuera de la ley a las huelgas. Las camisas pardas corrían por las calles sembrando el terror con el consentimiento del Estado. Los jueces estaban aterrorizados. Hitler era la ley. Para él los judíos no eran alemanes, no los exterminó enseguida pero fueron robados, apaleados o asesinados durante los primeros meses. Publicó leyes que los expulsaban de los servicios públicos, de las universidades y de las profesiones liberales. El 1 de abril de 1933 dictó un boicot nacional contra los establecimientos judíos. A mediados del verano del 33, Hitler era dueño de Alemania.
    Había usado consignas socialistas para llegar al poder, como nueva propaganda. Ahora que tenía el poder, las masas no le interesaban. Debía afianzar la confianza de los sectores financieros para no llevar a Alemania a la bancarrota y arriesgar su régimen. Necesitaba orden en el país. La revolución nazi era política y no económica. Hitler sabía que necesitaba contar con el ejército. La SA no eran más que una turba buena para combates callejeros, pero de escaso valor como ejército moderno.
    El 4 de abril Hitler creó el Consejo de Defensa del Reich, para estimular un nuevo y secreto programa de rearme. Ya había conquistado Alemania, ahora le faltaba Europa. El Tercer Reich estaba aislado diplomáticamente e impotente en cuanto a fuerzas militares. El mundo había sentido repugnancia por los excesos nazis, especialmente contra los judíos. Alemania estaba sin amigos y desarmada en comparación con sus vecinos.
    
Los objetivos era, entonces, librarse de las amarras de Tratado de Versalles (sin provocar sanciones) y lograr el rearme sin arriesgarse a una guerra.
    Primero había que confundir al adversario pregonando la paz y el desarme. El 17 de mayo de 1933 Hitler dio un discurso de la paz ante el Reichstag.
    Fue una obra maestra de propaganda engañosa, que conmovió al pueblo alemán profundamente. Lo unificó tras su jefe, junto con causar una impresión favorable y profunda en el mundo exterior. El presidente Roosevelt había pedido el desarme y Hitler lo había aceptado. Decía que Alemania no quería guerra y no tenía la menor intención de germanizar a otros pueblos. El mundo estaba encantado, Hitler hablaba con mesura y claridad. Pedía un trato igual a otras naciones. El 14 de octubre a Alemania se le niega la igualdad de derechos por parte de otras potencias. Como consecuencia, se retira de la Conferencia de Desarme y de la Sociedad de las Naciones.
    Hitler disolvió el Reichstag y anunció que sometería a plebiscito la retirada de Alemania de Conferencia de Ginebra. Desde ese momento el país intentaría rearmarse en franco desafío a cualquier tratado de desarme y al de Versalles. Se estaban produciendo violaciones al acuerdo. Las naciones aliadas no adivinaron lo que se estaba construyendo en Alemania. El 95% del pueblo aprobó la retirada. El 26 de enero de 1934 se anunció la firma de un pacto de no agresión, por 10 años, entre Alemania y Polonia. En un año en el poder de Hitler había terminado con la República de Weimar; había logrado la dictadura personal; destruido los partidos políticos, menos el nazi; borrado los gobiernos estatales y sus parlamentos; había unificado el Reich; destruido sindicatos; suprimido asociaciones democráticas; expulsado a judíos de la vida pública y profesional; abolido la libertad de palabra y de prensa y anulado la independencia de tribunales la política. Además, la economía y la cultura estaban bajo reglas nazis. Las SA contaban con 2 millones de hombres. Roehm quería que fueran la base del ejército. Hitler no quizo ofender a la oficialidad y rehusó la idea. Altos oficiales aceptaron a Hitler como sucesor de Hindenburg, que estaba a punto de morir, a cambio de que él calmara las ambiciones de Roehm y de reducir a la SA. El trato sellaba la dictadura verdaderamente suprema.
    Comenzaron presiones para que los nazis suspendieran los ataques a iglesias, detenciones arbitrarias, persecución de judíos y las conductas arrogantes de sus tropas de asaltos. Se pedía que el terror organizado por ellos terminara. El 1 de abril, Himmler fue designado por Goering jefe de la Gestapo prusiana y comenzó a formar el imperio de la policía secreta exclusivo para él. El 14 de junio, Hitler fue a Venecia a conversar con Mussolini.
    
Von Papen habló públicamente de los excesos del régimen que él había ayudado a afianzar. Pedía restaurar las normas de decencia y las libertades. Hitler se enfureció. Von Papen habló directamente con él y le comunicó que estaba hablando también por el anciano Presidente. El Führer entonces, se preocupó. Sabía que Hindenburg estaba disgustado y pensaba declarar estado de sitio para entregarle el poder al ejército. Hitler habló con el Presidente, quien le confirmó el ultimátum.
    Su plan peligraba, debía recuperar la confianza. Pensando que conspiraba contra él, Hitler mandó a matar a Roehm. También fue ejecutado Gregor Strasser, el secretario de Von Papen y el jefe de la acción católica. El mismo Von Papen fue arrestado en su domicilio. Este hecho se conoce con en nombre de "La noche de los cuchillos largos".
    ¿Cuántos murieron en esa purga? No se sabe exactamente. Hitler anunció el fusilamiento de 61 personas, diecinueve de ellos eran altos jefes de las SA. Para otros, en realidad murieron 401 personas, pero sólo identificaron a 116. En el juicio de Munich de 1957 se habló de más de mil. ¿Hubo realmente una conspiración contra Hitler? No hubo pruebas.
    El 1 de julio la matanza estaba terminada. Hindenburg agradeció el fin de la alta traición. Se legalizó la carnicería como necesaria para la defensa del Estado. En lugar de la SA vino la SS, quedando Himmler a cargo. El 2 de agosto. Hindenburg murió, a los 87 años de edad. Los cargos de canciller y presidente recayeron en Hitler, además se convirtió en jefe de Estado y comandante de las FFAA. Es a partir de ese momento en que es llamado Führer y canciller del Reich. Su poder era ahora completo. Hizo jurar fidelidad a las FFAA hacia él y obediencia incondicional. Los oficiales lo reconocieron como máxima autoridad. El 19 de agosto, el 90% de los ciudadanos (más de 38 millones) votaron aprobando la conducta de Hitler al usurpar el poder completo. Tenía 45 años y estaba sólo en el principio.
    
Los alemanes ya estaban acostumbrados a las reglas de Hitler. La Gestapo acechaba y enviaba a campos de concentración a quienes se salían de la raya, judíos y comunistas. Pero el terror nazi de principios de año afectaba a pocos alemanes.
    Ellos lo apoyaban con genuino entusiasmo, imbuidos de una nueva esperanza y fe en el futuro de la nación. Mientras tanto, Hitler rearmaba Alemania: cañones antes que mantequilla. En el otoño de 1936 el problema de los obreros sin trabajo fue resuelto. Todos tenían un nuevo puesto. El bienestar de la comunidad estaba por encima de las ganancias personales. Las teorías raciales de Hitler parecían un retroceso a vista de los extranjeros, pero para los alemanes eran populares. ¿Qué podían hacer contra la persecución de judíos? El Tercer Reich era abierto a extranjeros, los nazis no tenían nada que esconder. Se creó la tolerancia hacia esta nueva Alemania y los extranjeros que iban, creían ver realizaciones positivas.
    En Berlín, durante 1936, se realizaron los Juegos Olímpicos. Los nazis impresionaron al mundo con los éxitos del Tercer Reich. La persecución de judíos se detuvo temporalmente. La organización de los juegos fue espectacular. Las leyes de Nuremberg del 15 de septiembre de 1935 privaban a los judíos de ciudadanía alemana, prohibían matrimonios judío-arios y relaciones extramaritales. Decretos suplementarios expulsarían de la ley, por completo, a los judíos.
    En muchas ciudades ni siquiera podían comprar alimentos. Las puertas de las carnicerías, panaderías y lecherías lucían letreros con la leyenda no se admiten judíos. Las farmacias no les vendían remedios y los hoteles no los alojaban. Los nazis también comenzaron una guerra contra las iglesias cristianas. Algunos pasos que dieron contra la Iglesia Católica fueron la ley de esterilización; la disolución de la Liga Católica; el arresto de monjas y sacerdotes por inmorales o tráfico de divisas extranjeras y la prohibición de publicaciones católicas.

En la noche del 10 de mayo de 1933, unos veinte mil libros fueron quemados por estudiantes. Algunos de los autores eran Thomas Mann, Albert Einstein, Jack London, Helen Keller, Emile Zola y Proust. Quedaba prohibido cualquier libro que obre contra el futuro alemán, la patria y las fuerzas impulsoras del pueblo.
    Se comenzó a reglamentar la cultura. El Reich debía determinar las líneas de progreso mental y espiritual. Se establecieron siete subcámaras para la guía e inspección de todas las esferas de la vida cultural. Los judíos fueron desterrados de las orquestas y prohibida la música de Mendelssohn porque era de esa raza. Goebbels, ministro de propaganda, daba todos los días instrucciones a los diarios y corresponsales sobre qué noticias publicar y cuáles suprimir, cómo redactarlas e, incluso, los titulares. La ley de prensa del Tercer Reich decía que los directores debían ser arios, limpios, alemanes y no estar casados con judías.
    Tenían el control total de la prensa. La radio y el cine también estaban acorralados para servir la causa nazi. El Tercer Reich también controlaba la educación. La instrucción era espartana, política y marcial. Había servicio laboral obligatorio y luego servicio militar. La idea era coger a la juventud.
    Centros escolares fueron nazificados. "Mi Lucha" fue declarado órgano oficial de educación, mientras a los judíos se les prohibía enseñar.
   
 El ministro de educación del Reich nombraba a los rectores. Se falseó la historia y se enseñó ciencias racistas. De los 6 a los 10 años, los niños debían hacer un aprendizaje para las juventudes hitlerianas.
    A los 10 años, después de aprobar ejercicios de atletismo, prácticas de campamento y de historia nazificada, pasaban a las juventudes donde juraban lealtad al Führer hasta dar la vida por él.
    A los 14 años ingresaban a la juventud propiamente tal, hasta los 18 años. Luego venía el servicio al trabajo y al ejército. Había una vasta organización. También para las muchachas. Tenían uniformes, les daban instrucciones y hacían marchas donde las adoctrinaban. Las mujeres debían ser madres saludables de hijos igualmente sanos.
    Existía la BDM (Bund deutscher maedel). Eran muchachas de 18 a 21 años que hacían un año de servicio en granjas. A fines de 1938, las juventudes hitlerianas tenían siete millones 700 mil afiliados. En marzo de 1939 se dictó una ley que obligaba enrolarse.
    Las juventudes eran educadas para tener cuerpos sanos y fuertes; fe en el futuro de la patria y en ellos mismos; además de un sentido de hermandad y camaradería. La dictadura nazi no se atrevió a suprimir las inmensas propiedades feudales, pero hizo programas agrícolas que estimulaban al campesino.
    Se redujo la cesantía; la producción nacional subió en un 102% entre 1932 y 1937, mientras la renta nacional fue duplicada. Estimuló el trabajo por medio de grandes obras públicas y apoyó a la empresa privada. La base de la recuperación alemana fue el rearme. Era una economía de guerra, movilizada para ella. La industria pesada se benefició con estas acciones.
    Los obreros no tenían derecho a huelga, ni a sindicatos. Por lo tanto, eran siervos industriales a quienes les fijaba el salario. Las leyes restringían, además, la posibilidad del obrero para cambiarse de trabajo.
    En 1938 la ley instituyó el reclutamiento para el trabajo.     Obligaba a trabajar donde el estado determinara. La fuerza de la alegría era la forma en que se trataba de controlar esparcimiento de los obreros. Se organizaron clubes y viajes de excursión a los Alpes bávaros. Se controlaban hasta los deportes.
    Hitler era la ley. Goering dijo a los fiscales, que las normas y la voluntad del Führer eran lo mismo. Con el tiempo se estableció el temido tribunal del pueblo. La Gestapo también era ley, la policía secreta del Estado. Primero fue un instrumento personal de Goering para infundir temor, detener y asesinar a los adversarios del régimen. En 1934, el mismo Goering nombró a Himmler lugarteniente de la Gestapo. Las órdenes y las acciones de esta policía no estaban sometidas a revisión judicial.
    Los primeros campos de concentración brotaron como hongos durante el primer año de gobierno nazi. A finales de 1933 habían unos 50. Se arrestaba para custodia protectora. A principios del régimen nazi había entre 20 y 30 mil presos. Luego serían millones. El 16 de junio de 1936 se estableció una policía unificada para todo el Reich, con Himmler al frente. El Tercer Reich había llegado a ser un estado policíaco. El 25 de julio de 1934 los nazis asesinaron al canciller austríaco Dollfuss, en Viena. Por radio se informó que había dimitido, pero la sublevación nazi fracasó. Hitler perseguía incansablemente su programa de rehacer las fuerzas armadas y procurarles armamentos. El ejército debía triplicarse en un año.
    Goering fue nombrado ministro de aviación, debía organizar esa fuerza. Puso a trabajar a los fabricantes en diseño de aviones de guerra. Comenzó el entrenamiento de pilotos militares. La fabrica Krupp de cañones, tampoco estaba ociosa.
    Alemania debía autoabastecerse de gasolina y de caucho. Hitler promulgó la ley de servicio militar obligatorio. Con el renacimiento del ejército alemán moría el Tratado de Versalles. Los países de Europa comenzaron a enviar mensajes a Hitler por la paz.
    El Führer proclamó que Alemania no tenía la intención de conquistar otros pueblos. Había dicho, tabién, que no competiría navalmente con el poderío británico. El gobierno inglés creyó sus palabras. Se le concedió permiso para construir una armada, cuyo tamaño llegara a un tercio de la británica. Se le daba, por lo tanto, rienda suelta para proceder lo más rápido posible. Los astilleros trabajaban a toda máquina. Fue una inyección de ánimo a la industria del acero.
    También se autorizó la construcción de submarinos, cruceros y destructores. En resumen, se pasó por alto el tratado. Cuando Alemania ocupó Renania, los franceses vacilaron y los aliados se mantuvieron en calma. Aunque superiores, no quisieron arriesgarse a una guerra. Seguían creyendo las palabras de paz de Hitler. La victoria del Rhin fortaleció su popularidad y poder, a pesar de lo pequeña que era la operación.
    Los hechos se sucedían rápidamente. El 11 de julio de 1936, un acuerdo ratificaba el reconocimiento alemán de soberanía austríaca y prometía la no intervención. El canciller de esa nación, entonces, acordó libertar a los presos políticos nazis. Mientras, el 2 de mayo de ese año Mussolini había ocupado Albisinia y el 16 de julio estallaba la guerra civil española. Hitler tomó decisión de apoyar militarmente a Franco. La ayuda fue considerable, pero menos que la italiana. El 21 de octubre se firmó un protocolo secreto que unía a Roma y Berlín en una conducta común en lo relativo a la política exterior. El 25 de noviembre firmó pacto con Japón, según el cual se unían para defender la civilización occidental. Además, tenía protocolo secreto contra Rusia.
    En 1937, Hitler fue al Reichstag para proclamar la retirada de la firma alemana del Tratado de Versalles (en realidad el tratado ya estaba muerto). Aprovechó y dio un informe de su gestión en los 4 años que llevaba en el poder: se abolió el paro obrero, se había creado un alza en los negocios, construido un ejército, una flota y fuerzas aéreas. Francia y Gran Bretaña no habían hecho nada para detener a Hitler. En poco tiempo, Alemania se había preparado para la guerra. Ese año, el país se dedicó a buscar la consolidación y a preparase para alcanzar sus objetivos. Fue un año dedicado a la fundición de armas, instrucción de tropas, experimentación de la nueva fuerza aérea, acumulación de sucedáneos del caucho y de gasolina, junto a la consolidación del eje Roma-Berlín.
    El 24 de junio de 1937 el mariscal de campo, Blomberg, dio directrices secretas: Alemania no debía temer un ataque, pero tenía que estar preparada, porque los sistemas políticos son cambiantes. Los casos de posibles guerras eran en el oeste y el sudeste.
    El 5 de noviembre de 1937, Hitler había afirmado su irrevocable decisión de ir a la guerra. Iba a usar las Fuerzas Armadas contra Austria y Checoslovaquia, aunque le significara un conflicto contra Gran Bretaña y Francia. Los comandantes desaprobaban la idea, pero el Führer los sacó del medio. Cayó el ministro Blomberg y luego el general Von Fritsch por medio de conjura de la Gestapo. Hitler, así, había destituido a los hombres de más alto cargo del ejército. Para el 4 de febrero de 1938, el gabinete alemán celebró su última reunión. Hitler se hizo cargo personalmente de las Fuerzas Armadas y abolió el Ministerio de Guerra. Creó el alto mando, con lo que el ejército, la marina y la fuerza aérea quedaban subordinadas. Goering fue nombrado mariscal de campo. Dieciséis generales, por último, fueron relevados de su mando y sacó al ministro de Relaciones Exteriores. Ese día, además,ocurrió un hito en la historia del Tercer Reich. Los últimos conservadores que se oponían al camino de Hitler fueron abatidos. La política exterior, económica y militar quedó concentrada en sus manos. También las Fuerzas Armadas.
    Hitler, luego, hizo un ultimátum a Austria para que en una semana entregara el gobierno a los nazis. Si no lo hacía, invadiría . Ante tal amenaza, el presidente austríaco cedió. El 20 de febrero del mismo año, Hitler dio un discurso donde advirtió que Austria y Checoslovaquia serían alemanas. El 10 de marzo decidió la ocupación de su país natal. El canciller austríaco dimitió. Mientras, Gran Bretaña y Francia no adoptaron ninguna medida. El Füherer había previsto esta inmovilidad.
El 12 de marzo las tropas alemanas entraban por raudales en Austria. Pronto caería Checoslovaquia. Hitler se puso en camino a su país, donde recibió una bienvenida tumultuosa y mandó a hacer una ley que lo proclamaba presidente. Austria era, ahora, una provincia del Reich. Detuvieron a 79 mil personas que no eran de fiar.
    Dijo al pueblo: "no hemos venido como tiranos sino como libertadores".
    Miles de judíos fueron arrestados, encarcelados y sus posesiones confiscadas o robadas. Tal vez la mitad de los ellos, unos 90 mil, compró su libertad para huir entregando a los nazis lo que poseían. Comenzó, con esto, el lucrativo negocio de la libertad humana. Lo llevó a cabo una organización llamada Oficina para la Emigración Judía, única agencia nazi autorizada para expedir permisos a los judíos que querían irse del país. Se convirtió en agencia de exterminación y organizó una matanza de más de cuatro millones de personas.
Al anexar Austria, Hitler había añadido 7 millones de subordinados al Tercer Reich. Faltaba ahora el ataque sorpresa a Checoslovaquia. Éste era un país de minorías. La orden de Hitler era derrocar al Estado checo, apoderarse del país y someter a sus habitantes al mando del Tercer Reich. Londres, París, Praga y Moscú creyeron que Europa se encontraba cerca de la guerra. Los checos ordenaron la movilización de tropas. Gran Bretaña, Francia y Rusia mostraron firmeza y unidad. Los checos no estaban dispuestos a sucumbir sin defenderse. Pero la movilización checa enfureció al Führer. Los alemanes sufrieron la presión diplomática y Hitler gritó a sus seguidores que Checoslovaquia sería borrada del mapa. ¡Es mi terminante voluntad!, destacó. Había tomado la decisión para el 1 de octubre, aunque el alto mando se opusiera.
    El movimiento de resistencia alemán fue reducido y débil. Tenían pocos partidarios. Algunos conspiradores tenían planificado apoderarse de Hitler cuando lanzara la orden de atacar Checoslovaquia y conducirlo a un tribunal del pueblo. Querían acusarlo de intentar arrojar a Alemania a una guerra.
    Los principales conspiradores eran los generales Halder y Beck. Hitler dijo al canciller inglés que quería a los tres millones de alemanes que vivían en Checoslovaquia. Los británicos y franceses, que no querían la guerra, se pusieron de acuerdo en proposiciones conjuntas que los checos debían aceptar. Todos los territorios sudestes en los que la población alemana era de 50% o más, serían entregados a Alemania. Así, se aseguraría el mantenimiento de la paz y seguridad de los intereses checos. Los cancilleres británicos y franceses les dijeron que si se negaban, no se preocuparían más del futuro de ese país. Checoslovaquia debía, entonces, luchar sola y el Presidente se rindió.
    El 21 de septiembre el gobierno checo capituló y aceptó el plan. No había alternativa, serían abandonados. Hitler insistió en la ocupación de territorios el 1 de octubre. El verdadero objetivo era destruir el país con una intervención militar. El 28 de septiembre la guerra parecía inevitable. Para el general Halder, había llegado el momento del complot contra Hitler. El Führer estaba en Berlín y había fijado la fecha del ataque para el 30 de septiembre. En ese momento, el primer ministro británico logró la paz por medio del acuerdo de Munich.
    Los conspiradores se frenaron porque el peligro de la guerra había desaparecido. Un arreglo final, el 28 de noviembre de 1938, obligó a los checos a ceder a Alemania 28.600 kms2 de territorio.
La II Guerra Mundial
    Hitler era consciente de que cualquier otra acción podría provocar un conflicto europeo, y no vaciló en preparar a Alemania para una lucha que, a su juicio, fortalecería la moral del país. Firmó el pacto de neutralidad Germano-soviético con la promesa de que cedería a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) una parte del territorio de Polonia cuando esta nación fuera derrotada, para lo cual la atacó en septiembre de 1939. Los polacos fueron sometidos con rapidez y sus aliados, los británicos y los franceses, que habían declarado la guerra a Alemania, no pudieron hacer nada para ayudarles. Las fuerzas de Hitler invadieron Dinamarca y Noruega en la primavera de 1940 y, pocas semanas después, vencieron a las tropas de los Países Bajos, Bélgica y Francia. La derrota de Gran Bretaña pudo evitarse gracias a la intervención de las Fuerzas Aéreas Reales (RAF), que rechazaron a la Luftwaffe (fuerzas aéreas alemanas).
    Hitler, dejándose llevar por su ambición y su odio al comunismo, volvió su atención hacia la Unión Soviética. Su primer paso fue conquistar la península Balcánica para proteger este flanco. La invasión de la URSS, que comenzó en junio de 1941, no tardó en llevar a los ejércitos alemanes a las puertas de Moscú pero los rusos les obligaron a retroceder en diciembre, precisamente cuando Estados Unidos decidió intervenir en el conflicto. Fue en ese momento cuando Hitler se dio cuenta de que la guerra estaba perdida desde el punto de vista militar, pero decidió continuar con la esperanza de que alguna nueva arma invencible o alguna maniobra política milagrosa pudiera salvar la situación.
    A medida que transcurría el tiempo, la derrota se hacía más inevitable, pero Hitler continuaba negándose a capitular ante la creencia de que Alemania no merecía sobrevivir por no haber conseguido cumplir su misión. Por otro lado, el plan destinado a exterminar a los judíos seguía su marcha durante todo este periodo, y los innumerables trenes que transportaban a los millones de prisioneros a los campos de concentración representaban una lacra para el esfuerzo económico de la guerra. En julio de 1944, un grupo de oficiales organizó una conspiración para asesinar a Hitler y poner fin a la contienda, pero el plan fracasó. Finalmente, dejando tras de sí a una Alemania invadida y derrotada, Hitler se suicidó en su búnker de Berlín el 30 de abril de 1945, junto con la que había sido durante largo tiempo su compañera, Eva Braun, con la que había contraído matrimonio el día anterior.
    Hitler poseía una personalidad carismática y una arrolladora energía. Su legado fue solamente un rastro de destrucción total y ninguna de las instituciones u organizaciones que creó ha perdurado.

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